Antonio Castro
Soy, o al menos lo intento, un sempiterno agradecido. Pienso que la vida y el mundo en que me ha tocado vivir son un regalo, pese a los contratiempos, problemas y adversidades que hayan ido surgiendo en el camino a lo largo de los años. Pese a los esfuerzos que hacemos muchas veces en tornarlo invivible e inhóspito. Por eso, doy las gracias todos los días y aprovecho cualquier momento para disfrutar, solo o en compañía, de las oportunidades que me brindan el mundo y la vida.
La tarde del jueves, 10 de octubre, fue uno de esos momentos, que por suerte se repite, cada vez que nos reunimos al calor de la palabra en todas sus formas. La tertulia, nuestra tertulia, y de todos los que acuden a ella como amigos o invitados, es más cada día un espacio abierto al diálogo, a la participación y al crecimiento literario y personal. Y también al sacrificio. Porque el acto de escribir requiere al menos dos rituales de corte sacrificial. Dos voluntarias inmolaciones (al igual que Anasté) para obtener, alegóricamente, un supuesto, imaginado e hipotético beneficio individual y grupal.
No voy añadir nada a la presentación de Anasté, realizada con soltura y perfección por nuestro compañero Miguel Murillo, y mucho menos a la magnífica charla que nos llevó de lo mítico a lo humano, de la tragedia histórica y real a lo deífico, lo mitológico y lo fabuloso a través de la dramaturgia y de los versos, transmutados en narración, declamación y poesía en la boca de su autor, Marino González Montero, nuestro invitado.
No debo ni quiero añadir nada. Solo aplaudir y felicitar a quienes nos hicieron pasar rato tan instructivo y agradable. Pero sí quiero resaltar, tornando a la alegoría que nos ofrece Anasté, la importancia que tiene esa voluntad de ofrenda que lleva ( que llevamos) a cabo al exponer sobre la mesa -clara analogía del altar- un trabajo que entraña desnudarnos ante los otros y presentar con humildad, cual hecatombe de sentimientos, nuestra creación, esperando que los dioses sean propicios.
Gracias, compañeros y compañeras de tertulia.
Querido amigo, como siempre una buena reflexión. Interpelar es necesario porque nos saca de nuestra esfera de confort. Gracias.
Suscribo lo dicho por ti, querido Antonio. Corroboro la voluntad de ofrenda en ese altar pagano donde la palabra es Diosa. Y sigo creyendo en la importancia de leer, escribir es secundario. Y cada sesión de la Tertulia ofrece una sorpresa agradable, nueva y oculta hasta entonces.