(LEER II)
Pertenezco a un Club de Lectura. Hace unos días escribí en el grupo que tenemos de wasap, sin una finalidad concreta, se trataba de compartir la reflexión del autor, una frase de Henry David Thoureau: “Lee los buenos libros primero, lo más seguro es que no alcances a leerlos todos.” Una frase con la que estaba de acuerdo, pensando exclusivamente en los libros en los que, según mi criterio, mis necesidades y mis gustos eran los “buenos”, los que he leído, releído, a los que acudo y otros muchos que esperan en una lista para poder leerlos. Por eso selecciono porque, evidentemente, no se tiene tiempo en una vida para leer todos los libros que uno quisiera.
Enseguida empezaron a surgir comentarios en el grupo: “Los buenos libros para unos pueden ser los malos para otros”, “Libros malos ¿existen?”, “Solo los libros malos tienen buen final. Si un libro es bueno, su final siempre es malo, porque no quieres que se termine.” Todos tenían razón. Hizo que diera vueltas a la frase, aceptada por mí sin ambages, de Thoureau. Una afirmación que creía universal tiene múltiples variantes: No solo el criterio de buen y mal libro varía en función de cada persona, sino varía en cada persona en función también del momento vital que esté atravesando esa persona, de la edad que tenga, de las experiencias vividas, de su finalidad al leer, de los gustos que haya desarrollado, de lo que le aconsejen, del boca a boca, de la publicidad que vea de ese libro… Por ejemplo, alguien que esté en unas circunstancias difíciles de salud, no podrá leer ciertos libros que en otro momento sí le habrían gustado. Un libro que se lee con 21 años no dice lo mismo al leerlo con 51 años. La experiencia, lo vivido, ya hace que valoremos más o menos ese libro. Y si volvemos a releerlo apreciaremos cosas que nos habían pasado desapercibidas, Nabokov: “Apreciad los detalles, los divinos detalles.”
Nosotros mismos, en el Club, a la hora de elegir el libro de lectura del mes, los criterios para elegirlos son tan diferentes como número de personas hay en él. Es verdad, como dice Thoureau que no alcanzaremos a leerlos todos, pero tampoco conoceremos todas las ciudades y pueblos que existen en el mundo, ni a toda la gente que vive en él, ni abarcaremos todo el conocimiento. Y es verdad también que aceptamos que existen los clásicos, según la definición de Ítalo Calviño “aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir.” Libros estos, los clásicos, que todos deberíamos leer, pero no por eso, a algunos, estos libros les pueden parecer pesados, o aburridos, y no por eso no hay que respetar su criterio. Hablamos del lector corriente. El término corriente lo uso aquí como contraposición a lector especializado, no a gente corriente. Considero que cada persona es única y excepcional.
Ezra Pound nos dice que hay libros que se leen para que el hombre desarrolle su propia capacidad para saber más y percibir más que antes de leerlos. Y que hay libros que se escriben para servir de droga o reposo, de lechos mentales (Ezra Pound: “El ABC de la Literatura”). Pero en esta clasificación de Pound también podríamos hacer subclasificaciones. Si se trata de saber más, ¿de qué queremos saber más, de veterinaria, de mecánica, de física…? o, por el contrario, no queremos leer para saber más, sino simplemente para entretenernos, para pasar el rato o para meternos en una historia que nos fascine, que puede ser de amor, de venganza, de heroísmo o cualquier otra.
Hablar de libros buenos o malos puede parecer, es, simplista. Hay muchas connotaciones en esos términos y cada persona es libre y soberana para leer aquello que le parezca y tenga a bien. Puede que, si nos explicaran a cada uno el Ulises, de James Joyce, un libro aceptado por la mayoría como clásico, a la vez que “difícil” (aunque tiene seguidores en todo el mundo, muchos de ellos se reúnen en Dublín cada 16 de junio para comer hígado de cerdo y otros alimentos), no se darían tantas deserciones en su lectura, pero tampoco se trata de recibir una explicación académica para admirar y comprender una obra de arte, sea del tipo que sea. Es el gusto de cada uno el que debe decidir sobre si el libro cumple el objetivo por el que lo lee o no. Si le satisface.
Continuamente aparecen también listas del tipo “Libros que deberías leer alguna vez en la vida”, o “Los diez libros imprescindibles para el escritor X”. O “Libros para regalar esta Navidades”, o en verano, o para leer en la playa, etc. Ninguna lista coincide porque cada escritor, cada periodista, cada editorial tiene sus imprescindibles, lo que no quita para que otros no les parezcan importantes, pero no pueden incluir todos los títulos en una lista, porque esta sería interminable. Además de, a veces, compartir intereses que tienen que ver más con la comercialidad que con la calidad.
Así como comencé con Thoureau, cuya frase se tambalea con las opiniones de esos miembros del club que ha dado origen a esta disertación, acabaré con la siempre, para mí, certera, Virginia: “…Permitir que unas autoridades, por muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dan a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios” (Virginia Woolf: El Lector Común).
Habrá que someter la opinión de Virginia Woolf a un nuevo análisis de los “lectores comunes” que formamos ese Club de Lectura. Espero que, esta vez sí, lo que pensaba Virginia sea compartido por todos… O no.
Lola Núñez Martín
Muy interesante y muy loable el hecho de escuchar las opiniones de otros y, como consecuencia, revisar las nuestras propias. Con demasiada frecuencia aceptamos opiniones de quienes consideramos una fuente digna de credibilidad, sin someterlas a un examen más profundo. Viva la diversidad de opiniones y, sobre todo, viva quienes las escuchan y son capaces de valorarlas, sea en el sentido que sea, para construir en positivo con su ayuda.
A veces el comentario hace grande un texto. Es el caso, por lo que transmite, de comprensión en el punto de vista ajeno, la fe en el diálogo y con ello la esperanza de ver gente como tú en un mundo tan crispado como el que vivimos.
Gracias es poco.
Interesante y certera reflexión. Aplaudo la opinión de leer libremente, pues el
mero acto de ponerse a leer cuando nos bombardean con todo tipo de entretenimiento cómodo ya merece respeto. En cuanto a la calificación de buenos o malos libros, la valoración es totalmente personal. No obstante, demos un voto de confianza a las autoridades expertas que, sin imposiciones, nos ofrecen su conocimiento; diferenciando autoridades expertas de autoridades comerciales… Y cada cual que haga su propia lista, que ya es buen hacer.
Buena diferenciación entre autoridades expertas y autoridades comerciales. Y, desde luego, tener una lista, como tú dices, ya es de por sí un buen hacer. Gracias por tu clarificador comentario.