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El día 4 de noviembre Jose Miguel García Conde presentó su última obra, Restos orgánicos en Badajoz, en el ámbito de la Tertulia Página 72. Dirigió la presentación Fernando de las Heras.

La obra nos impactó a los más de 25 personas que asistían al acto. Es desde esta emoción literaria que en estos días, después de una lectura reposada del libro, he llegado a estas conclusiones que abajo expongo.

1.Previo.

Restos orgánicos (RO) es una obra que llama la atención, no solo por lo singular del título, sino `por lo que presuntamente transmite. La imagen de los residuos orgánicos remite a la basura, a los deshechos, a lo que no sirve.

Nuestro autor acomete el libro desde el contexto de una experiencia personal apuntando a la brevedad de la vida y la muerte. Con ello la mirada de José Miguel desciende, en esta obra, a lo más profundo de sí. Un paso importante teniendo en cuenta su obra anterior El principio del caos (EPC) (Valparaíso 2020). Esta obra le sirvió para denunciar algunas situaciones sociales desarrollando sin ambages ciertos paisajes exteriores. dicho esto, es interesante señalar, como lector de la obra de Jose Miguel, que el paso de los entresijos, de los mundos externos(EPC), a los paisajes de lo íntimo(RO) llevan a lo reflexivo, sin mermar lo lírico.  Tanto en un libro como en el otro aborda los temas con gran maestría poética o mejor dicho, con este último libro nos encontramos ante un escritor maduro.

2. Contenido

El libro Restos orgánicos, dedicado a su mujer y a su hijo, tiene dos partes definidas y un epílogo.

En la primera parte, Residuos, en sus once poemas, nos introduce directamente en el hecho mismo de la fragilidad humana.

Se inicia con un poema, Mortaja, diciendo que “los muertos saben/ que me visto de ceniza”. No pueden ser más elocuente estos primeros versos de libro. Desde aquí, nuestro autor, nos irá introduciendo, en el hecho mismo de la muerte, compañera siempre desde que nacemos. “Enterré sus restos en la tierra/como una semilla en la memoria”.

Esta es la propuesta poética: mirar de frente el hecho mismo de la finitud que, poco a poco, día a día, se hace evidente: “Un futuro distinto anhelaba con veinte…// con treinta sólo quería un trabajo seguro…// Ahora, que mis ojos afloran los cuarenta, …/ tan solo pido algunas tardes más/ abrazando a mi hijo

El gesto de ternura frente a su hijo es un deseo humano que, en esta obra, se une a otros con  texturas poéticas diferentes y en los que el yo lirico observa como “el cuerpo se rompe” y desea huir de la cárcel de la fragilidad; o que descubre en el hecho de “morir(se) por dentro” que todo tiende a explotar “como una inmensa noche”; o incluso que declararse estéril ayude a “escapar de los días”. Estos DESEOS marcan toda esta primera parte del libro.

Desde mi perspectiva de lector, subrayo que la imagen de la fragilidad, en esta obra, se alza como realidad protagonista, de la que se desprende un gran valor a tener muy en cuenta. Así se expresa aludiendo a la técnica japonesa del KINTSUGI : “acostumbro a pegar las grietas de mi cuerpo– dice el sujeto lírico-, /como un jarrón partido en mil pedazos”. Una imagen que, más allá del tremendum de la acción, es ejemplar. La actitud de la recomposición que aparece en estos versos no significa resignación ante lo que acontece sino fortaleza ante lo que está por venir, porque “cada pieza encuentra su sentido, /cada grito es un soplo de aire fresco, / cada vida otra vida que comienza”.

El segundo capítulo, Descomposición, con 24 poemas, se abre con unos versos: “La luz se ha vuelto irrespirable/Las moscas degustan nuestros cuerpos”. Este poema llama la atención no tanto por la imagen a la que alude sino porque es el punto de arranque de una realidad que no hay que obviar. Los versos son pura existencia negativa que empuja a desechar absolutos, haciendo que el ser humano, pasto de los insectos, entre en la cordura de la humildad, relativizando todo.

Nuestro autor emplea lo poético como instrumento, como “un nicho donde enterrar palabras…/ convertidas en humus, / sirviendo de abono a otras palabras.” La basura, el desecho, el “cuerpo inhóspito” es vida, porque es ahí “donde la sangre habita las palabras, / los sueños y los días”. Una vida que va en serio, en clara alusión a un poema de Gil de Biedma. Así es, la vida está estrechamente ligada a los poemas o viceversa: “escribimos poemas para estar vivos”.  La vida no es el contrapunto de la muerte sino el proceso porque el nos acostumbramos al tránsito necesario por el que difícilmente nos podemos creer invencibles. Porque “la vida es esto, … días …pintados de cemento/ cubiertos de ceniza/ adornados / de un otoño infinito.”

El capítulo termina con unos versos donde la esperanza pone su punto más lirico, no como un deseo idealizado sino como una realidad que nos salva, “aunque viva la muerte      a un metro de distancia”.

El epílogo, a modo de coda, invita a contemplar los días que vendrán “vestidos de otros cuerpos”; a mirar sin repugnancia como “caerán los hombres como hojas caducas”; a admitir “que nuestras voces ya no (encontrarán) cobijo…/// Y la muerte será nuestro único consuelo”. Así presenta el consuelo, como una fusión entre   el deseo y la esperanza mirando al FUTURO.

La obra de José Miguel García Conde nos lleva a tener una mirada profunda, a tomar posiciones, ante nuestro cotidiano-destino que no es, precisamente la muerte, que siempre está, sino la vida en un presente continuo.

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